Una visita al país de Vargas Llosa

CUANDO SON LOS CARTEROS QUIENES ESCRIBEN LAS CARTAS

 

 

Yo, que ni siquiera gobierno en mi propio consorcio, debo enterarme de lo importante que soy cuando salgo de mi país. Hace tres meses, cuando cumplía con el rito anual que me propuse de viajar dando conferencias sobre el pensamiento de Julius Evola, fui sorprendido por un hecho totalmente inédito. Resulta ser que para la prensa peruana, país a cuya ciudad de Cusco debía concurrir para la participación de un evento cultural, yo soy un nazi peligrosísimo que me dirigía hacia allí con finalidades ocultas de organizar la violencia en tanto que era el líder latinoamericano de tal ideología. A medida que pasaban los días y que más medios se sumaban a tal campaña se fueron agregando más detalles sorprendentes, incluso por la televisión, como el de que había sido el autor intelectual del atentado a la AMIA, es decir aquella persona que habría convencido a los ayatollahs iraníes de la conveniencia de hacer volar la mutual judía de Buenos Aires. Habiendo alcanzado el escándalo mediático inverosímiles proporciones, se arribó al límite de solicitar al gobierno para que tomara cartas en el asunto impidiendo mi ingreso a tal país, a lo que con tino se contestó que ello no podía ser en tanto la Constitución no podía prohibir la difusión de ideas, salvo que se probase la apología de algún delito. Entonces fue que los promotores del escándalo mediático, a quienes ya identificamos en otra nota, al ver frustrada su iniciativa, acudieron directamente a presionarme con amenazas personales llamando a mi domicilio, lanzándome duras advertencias como la de que si llegaba a ir allí me iban a asesinar y que incluso, para no darme tiempo de nada, me iban a estar esperando en el aeropuerto.

Acostumbrado como estaba a interpretar las cosas en su significado último, consideré todo esto como una prueba y que algún genio maligno estaba tratando de medir mi valentía, por lo que decidí ir igualmente no sin antes haber convocado, por mail enviado a todos los medios que me habían injuriado gratuitamente, a una conferencia de prensa en el aeropuerto para aclarar la situación aprovechando la larga espera que debía hacer allí para efectuar mi trasborde con el vuelo hacia el Cusco. Llegué así a Lima un sábado a la noche, casi ingresando hacia el día siguiente y grande fue mi sorpresa al no encontrar absolutamente a nadie, ni de los amenazadores ni de la prensa del lugar.

Recordé entonces que estaba en la patria de Vargas Llosa, aquel autor que leyera hace 40 años, especialista en la elaboración de relatos fantásticos aunque esta vez, insólitamente, me tenía a mí como su personaje central. Al parecer tal tipo de literatura había influido notoriamente en la actividad periodística de tal país en grado mucho mayor que en otras partes. Antiguamente los relatores, ese antecedente de lo que hoy es el periodismo, tenían como función única y excluyente la de ser el reflejo más objetivo posible de la realidad. Herodoto y Tucídides, los grandes cronistas de las guerras de la antigüedad, pasaron justamente a la historia por haber sido monótonos expositores de todos los hechos que habían presenciado, y su esfuerzo principal fue el de hacer desaparecer de los mismos lo más posible la propia subjetividad pues, tal como nos explicaban, su función era la de hacer conocer lo que sucedió a aquellos que no estuvieron presentes. En cambio la prensa de la era terminal en que nos encontramos ha invertido totalmente las funciones. El periodista más que relatar 'opina' (es una buena manera de no decir inventar), no se preocupa por ser objetivo, sino por el impacto que pueda tener en el público su 'opinión', cómo puede ésta ser original y cómo puede suscitar de los otros la atención y admiración, lo que en cambio era lo opuesto exacto de lo que hacían los grandes cronistas de la antigüedad quienes por el contrario trataban de desaparecer en el relato. Tal función era lo más parecido a lo que podría ser la de un cartero, alguien encargado de entregar un mensaje a fin de que fuese leído por otros que no estuvieron presentes en el hecho que se comunicaba. Se trataba pues de un instrumento para hacer conocer un acontecimiento, una noticia, una realidad. Pero tal como dijera un pensador de los tiempos últimos, la gran diferencia que existe entre una época normal y la actual es que hoy en día el mismo instrumento se ha convertido en el mensaje. Por ello el periodista actual es como un cartero que se encargase de escribirnos las cartas. La función del opinólogo de nuestros días no es más la de transmitirnos las noticias sino la de producirlas. Y lo que verdaderamente interesa en todo ello no es la verdad sino el impacto que las mismas puedan originar. Esto es lo que explica el alto valor que hoy tiene el rating, es decir el índice que mide el grado de curiosidad habitualmente morbosa manifestada por el gran público; por ello es que no debe extrañarnos aquel periodista brasileño que mandaba asesinar para poder tener él la 'primicia'.

Ya estábamos encaminándonos hacia la otra sección del aeropuerto para volar hacia el Cusco cuando repentinamente apareció al fin un 'periodista'. Se me presentó como de una revista la cual ya por su nombre, 'Caretas', no me resultaba muy recomendable. Sin embargo como lo había también invitado a la conferencia de prensa me avine a brindarle la 'exclusiva'. Vino acompañado de un fotógrafo y me manifestó su asombro por no haber encontrado a ninguno de los 'muchachos' que me habían amenazado para brindarme la aludida recepción. Supuso que ello era por el día que había elegido para llegar. Los sábados a la noche, me explicaba, la muchachada suele irse de francachela y pichicata. "Vaya revolucionarios que tienen Uds en Perú", pensé yo en mi intimidad. La charla versó primeramente sobre una sencilla exposición respecto de mis actividades. Soy el traductor de la obra de un pensador tradicionalista experto en religiones comparadas y le exhibía, en tanto los llevaba en mi equipaje de mano, los libros que éste había escrito sobre Buddha y Lao Tse pidiéndole que aclarara especialmente que no se trataba de pensadores nazis. Que me dirigía hacia un evento del que iban a participar los más importantes especialistas de la tradición incaica de su país, los cuales tampoco eran de tal ideología ni tenían pensado desencadenar hechos de violencia. Mientras hablaba y notaba cómo el aludido 'periodista' prestaba muy poca atención a mis dichos, pude percibir que permanentemente hurgaba entre sus pertenencias, ansioso por exhibirme alguna cosa que tenía para mostrarme en el momento apropiado.

Fue así como en una pausa del relato sacó de una carpeta una hoja con el dibujo de una esvástica y me manifestó que la mejor prueba de que yo no era nazi era sacándome una foto destruyéndola. A lo cual obviamente me negué con argumentos muy sencillos, no solamente con aquel dicho hecho famoso en la época de los militares, de que a los caníbales no se los elimina comiéndoselos, sino más sencillamente con el de que no se combate al nazismo aplicando los métodos de Goebbels quien destruía aquello que no compartía. Y principalmente porque significaba hacerle una concesión fundamental a tal ideología, la de reputar a la svástica como un emblema de la raza aria, cuando en cambio la misma lo es de toda la humanidad, aun de pueblos semitas. Y le recordé también que en la cultura a la cual él pertenece existe una gran pluralidad de svásticas, por lo que destruir tal emblema era atentar contra la propia tradición. Tras notar que era muy poco lo que había entendido, quizás por la hora avanzada en que nos encontrábamos, dimos luego de esto por terminada la nota y nos despedimos con la promesa de que la misma iba a salir el jueves siguiente en el próximo número de la revista.

Desarrollé mis actividades luego normalmente en el país sin el más mínimo inconveniente, pero en el transcurso de ese tiempo el aludido me indicó que esa nota no se iba a publicar en ese número, aunque no me señaló cuándo sería por lo que, en la medida que el tiempo fue transcurriendo y la misma no aparecía, supuse que no se iba a editar nunca en tanto el 'interés periodístico' suscitado por mi persona ya había desaparecido.

Pero he aquí que, cuando ya dábamos todo por terminado, de repente la prensa del país de Vargas Llosa ha retornado a la ofensiva. Al parecer se habría producido un hecho de violencia con un grupo nazi de allí en una universidad y entonces una vez más los medios comenzaron a vincular tal hecho con mi persona diciendo que como yo había estado en tal país, dicha violencia era la mejor demostración de la obra deletérea que allí había realizado. A lo cual se le sumó la aludida revista 'Caretas' (de aquí en más la llamaremos Caradura) haciendo gala y exhibición de las fotos que tenía en exclusividad en donde aparecía con la aludida esvástica sin decir que me había sido proporcionada por el 'periodista' para brindarle una explicación, ni que estaba intacta por haber impedido el acto de fachismo que él promovía.

 

Sin aludir a un solo renglón de lo que le manifestara en la nota se alega allí que, a pesar haber dicho que no creo en razas superiores, el mero hecho de considerar que existen razas diferentes sería un signo de nazismo. Por ejemplo decir que al haber sido un individuo de raza negra el que ganó la competencia de 100 metros ello sería una demostración más de que los pertenecientes a la misma se desatacan por sus cualidades en el deporte, tal cosa sería signo de nazismo ya que los hombres son todos iguales y señalar que alguien es negro o blanco implicaría un grave acto discriminatorio parecido a aquel de quien al ir a una frutería solicitara peras o manzanas y no simplemente fruta. ¡Qué aburrido y monótono debe ser un mundo sin tonalidades diferentes como el que conciben sujetos como el 'periodista' aludido! Pero la nota mayor la da cuando afirma que por haber descubierto en internet que soy católico, conservador y reaccionario soy por lo tanto un nazi. Cuando lo contrario es lo verdadero. Justamente porque no creo como él ni el nazismo en la evolución de las especies, es decir no soy darwiniano, no brego por la constitución de un superhombre, sino que en cambio, como católico, tengo por meta esencial redimirlo del pecado original, es decir liberarlo de  esa gran anomalía que es el mundo moderno. Y como soy conservador (aunque el término más adecuado sería tradicionalista) soy monárquico e imperial, a diferencia del nazismo que es, como él, republicano. Nunca he participado, como en cambio Hitler y los diferentes ‘periodistas’, de elección alguna, nunca he rechazado como el nacional socialismo la herencia imperial de mi propia tradición, expresada en Alemania por la dinastía de los Hohenstauffen y aquí en América por la de los incas, los mayas y el Imperio Español. Y finalmente soy reaccionario por una cuestión muy sencilla, porque no estoy dispuesto a dejarme avasallar por patanes. No me he dejado amedrentar por los muchachones que se pichicatean los sábados por la noche (qué lástima que elegí tal fecha pues me hubiera gustado verles la cara), sino tampoco por los que componen la prensa fantástica de su país quienes con  mucha seguridad en tiempo no muy lejano van a tener alguna noticia no muy agradable para ellos respecto de mi persona *.

 

* No solamente la prensa peruana aplica los métodos de Vargas Llosa para elaborar sus noticias, sino al parecer también el medio académico local. Así pues, en medio de tal caos periodístico suscitado por mi presencia, entró en escena un 'catedrático' de nombre Faverón quien se sintió en la obligación de elaborar una didascálica perorata sobre Evola y mi persona no sin antes haber reconocido,- al menos en esto fue honesto- no haber leído nunca nada de ambos. En el caso del primero fue por haberle resultado 'ilegible', por no poder entenderlo bien ya que no estaba en ninguna de las materias que le enseñaron cuando era alumno. Sin embargo no deja de manifestar su indignación, la que es compartida por el 'periodista' de Caradura en la aludida nota, porque prologó la antisemita obra 'Los Protocolos de los Ancianos Sabios de Sión'. Le hicimos notar al 'catedrático' que el inconveniente de no leer algo le impide saber qué es lo que allí se dice. Son muchos los judíos que hoy en día le agradecen a Evola haber dado el argumento principal por el cual demuestra, justamente en tal prólogo, de que tal obra no fue elaborada por una sociedad secreta de tal colectividad, tal como se decía, pues nunca una organización de tal tipo lleva las actas de sus reuniones. Sin embargo, como aquí no estamos en un campo literario, ni siquiera de literatura fantástica, sino que se trata de un plan de operaciones, lo que interesa saber es si el mismo ha sido o no efectivo. Dicen al respecto los Protocolos. "Si quieres destruir una nación encárgate de armar una prensa sensacionalista y mentirosa a fin de confundir a la opinión pública respecto de dónde se encuentran sus verdaderos enemigos'. La aludida campaña mediática emprendida por Caradura y otras publicaciones son el mejor ejemplo de la gran actualidad que hoy tiene tal texto.

 

Marcos Ghio

Buenos Aires, 24/8/09

 

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